Cuadro: The Nightmare
Por: John Henry Fuseli, 1782
Unos dicen que fue cansancio y que simplemente se dejó llevar; los más románticos cuentan que se sentía sólo y que tenía roto el corazón, el cual, le envenenó la sangre hasta que el cuerpo colapsó; otros divulgan que fue intencional, porque ya no soportaba escuchar cómo a su carcajada se le iba el eco.
Lo cierto es que en sus últimos días sufría de jaquecas, y que prefería pasar el tiempo durmiendo, recorriendo paisajes oníricos.
La empatía que había sido canon de su armonía y la sonrisa que comúnmente visitaba su rostro se habían ido pudriendo de a poco. Ya era más que notoria la transición. Se perdía entre las realidades tangibles y las subconscientes. El semblante se le tornó algo macilento, su andar bastante sombrío, la voz lúgubre. Esos sueños se lo estaban acabando; le consumían el cuerpo y el espíritu.
No se puede vivir solamente de ilusiones.
Dejó que se le fuera todo lo que alguna vez apreció, así sin más. Dejaba que se le estuviera yendo la vida misma... Y se le fue, sin oposición, como si lo natural fuese no debatir por ello.
La execrable escena quedará guardada por siempre en la memoria de todos los presentes, pues se le encontró con una mueca grotesca de siniestra exageración en el rostro, jamás se olvida un gesto de tal torcida impresión. Los dedos de pies y manos agarrotados, fríos de miedo. El alma se sentía ausente, como escondida, o asustada, sabrá lo eterno por qué. Y su mirada...
Murió gritando, llorando aterrado. Desgraciado final, despiadado designio.
Pero a pesar de todo, el asunto es que seguía muerto ahí, envuelto en sueños de inútiles horas. Sin poderle decir al viento que no había muerto aún, que sólo no podía despertar.
Que sólo estaba atrapado en una horrible pesadilla.
-Terminado el miércoles 26 de marzo, 2008.